miércoles, 23 de febrero de 2011

Casas si gente, gente sin casas; o sobre como minar la moral del ciudadano.


Tras unos cuantos días trabajando con un compañero sobre el tema, me he tomado la licencia de hacer un pequeño simulacro de aquello que le puede pasar por la cabeza a los que ven como su hogar se ve amenazado por hipotecas, en muchos casos abusivas. Pisoteados sus derechos constitucionales (Art. 47) y engañados por la gran trampa de los años de inflada bonanza, la gran mayoría de estás personas nadan inmersas en la depresión. Avergonzados por ser víctimas de la crisis, acosados por los perros de presa de los bancos y ninguneados por aquellas instituciones que deberían hacer prevalecer sus derechos ciudadanos sobre los del banquero, el futuro de estas personas pasa por perder la casa y seguir pagando eternamente al banco.... Este es un relato particular y, a su vez, es muchos. Todo lo que está aquí escrito es conclusión de los pensamientos expresados por los afectados que han pasado por delante de mi objetivo, si bien no tiene porque ser literal.

Uno de los afectados, en su casa, mostrando el auto que le insta a abandonar su domicilio en las próximas fechas

Nervios, agonía, ansia, depresión, vergüenza, miedo... Intentos de suicidio, frustrados y no. Asco, la vida es un asco, y las ganas de pelear son pocas cuando los incisivos del banquero de turno se clavan sobre tu familia. El estrés de un último plazo hipotecario al que no llegas porque, gilipollas de ti, has dejado que echen del trabajo, y con 56 a ver quien es el rico que te ofrece una migaja. Ya son dos años sin noticias de dios, y menos aún de un contrato. Las únicas noticias que llegan al buzón son para decirte que ese buzón, no muy tarde, ya no sera tuyo. Quizás de nadie. Quizás solo sean unos metros cuadrados más en esas miles de hectáreas superpuestas y atechadas que dan cobijo a nadie en esta tierra a la que tanto has dado. Otra no hay.

Si hubieras actuado de otra forma, si lo hubieras visto venir, si hubieras sabido que vivías dentro de una burbuja de jabón inmobiliario que iba a explotar al mínimo contacto. Si en lugar de un Golf hubieras comprado un Polo, o un ciclomotor (Ya puestos) Pero eso son chorradas, también había que pagar el regalo de la boda de tu hija, y el traje, la liga, el ramo y el rómulo y el remo... Pero aquel señor tan majo que trabaja detrás de la puerta que pone “director de sucursal”... Aquel te llamaba Señor Gonzalez ¿O era Don? Y el plástico color platino de las tarjetas resbalaba por su mano, como queriendo entrar en tu cartera sin límite de crédito. “¿Y si vienen las vacas flacas?” preguntabas escamado (bien sabías, mejor lo sabes hoy, que nadie da duros a 4 pesetas) “No se preocupe, no pasará. Y si pasa, no se preocupe, lo revisaremos y todo saldrá bien”. ¡¡Joder!! ¿¿¡¡y como no vas a creerte tu lo que dice ese señor!!?? Si gasta al día en gomina lo que tu en comer una semana. “Este tío, sabe de dinero”, pensaste. “Al menos, más que yo, que al final no soy más que un puto paleta”

Ya lo has probado todo. Y los buitres que prometían aplazamientos te han sacado hasta el último cuarto. Esta vez no fue la gomina lo que te despistó, fue el traje italiano con gemelos del copón. Ahora te preguntas porque esos ladrones están amparados por la ley y tu no. ¿Aún lo dudas? Yo se que no. Eres ciudadano de segunda: un puto esclavo demasiado mayor para esclavizar, por si aún no lo tienes claro.

Uno de los afectados frente al bloque de pisos donde se encuentra su vivienda. Horas antes de su desahucio.

Y aquella mañana, mientras tomabas tu café de prestado, escuchaste por la radio que no eras el único. Que había más como tu y que se estaban organizando. Por fin un rayo de sol en tu bruma. Aunque después de mucha reunión, aún estamos como antes. Aunque ahora vayas en manada, los lobos siguen salibando. Te van a comer igual, o no. Por lo menos, en tu manada, ya no te avergüenzas. Y empiezas a pensar en la revolución del desahuciado, pero esta nunca llega. Los arados también están avergonzados, el currela solo se mira en su espejo y los estudiantes aún están con la resaca de ayer. Ahora sois más, pero seguis estando solos.

Y ya se cuentan fácil los días para que te desahucien y, al despertar, ya son todo taquicardias. María, que ya no atiende a razones, hace tiempo que sucumbió a los antidepresivos. ¿María? ¿Dónde está maría? Su reguero de lágrimas hace imposible perderle la pista. Su rastro es húmedo como el de los caracoles y no te explicas como una persona puede estar 3 meses completos, con sus días y sus noches, llorando a moco tendido. A ti hace tiempo que se te secaron las lágrimas y ya has probado a abrir y cerrar la espita del gas tres veces esta semana, por si fallase el último recurso que interpuso tu abogado. Es la única salida noble que te queda. Has fallado. Eres un producto fracasado en esta sociedad. No has dado la talla, y los vecinos qué dirán. De aquí a la calle ya no hay nada, como mucho 48 horas. C-4. Tocado y hundido, te jodieron el porta-aviones. Ya solo queda ahogarse en el océano, o morir en la puta calle.

Ahogado y con la mitad de la hipoteca por pagar. Donde dije digo, digo diego; y ahora tu casa (¿o era de ellos?) se tasa a la baja. El Incisivo se prieta de nuevo, se ha comido tu casa y aún tiene hambre. Esta vez ya ves a tu hija acosada por el cobrador del frack, que no le quita las manos de encima. Se van a cobrar la deuda en carne si hace falta. “Por lo menos esto no es Ciudad Juarez”, piensas en un alarde de autoconsuelo. Solo para darte cuenta al segundo, que allí, en Ciudad Juarez, ya le habrías pegado cuatro tiros a ese hijo de la gran puta que ni tan siquiera se digna a recibirte. Ya no eres Señor González nunca más. Tampoco Don. En todo caso, eres un Don Mierda. El sistema y sus perros han acabado contigo. No eres más que otro ecce homo que camina cabizbajo y sin un duro por Terrasa Town queriendo morir, o no haber nacido.

Uno de los afectados accede al portal de su vivienda, cerca de Barcelona

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