lunes, 8 de agosto de 2011

Crónica de una perdida de tiempo.

Vista de uno de los barrios de Tegucigalpa desde la terraza de dos expatriados


Me dijo un compañero hace tiempo que en este trabajo, uno se pasa el 60% del tiempo sembrando, el 35% esperando la cosecha y el 5% restante echando los frutos al cesto. ¡Qué razón tiene!

Tras 26 horas de viaje, después de que Iberia (sumergida) me aplazara el vuelo por dos días, y tras hacer escalas en Madrid, Ciudad de Guatemala y San Salvador, creo haber aterrizado en Tegucigalpa. Sería puta hora…digo yo.

Como no es oro todo lo que reluce y, además, bien sabido es que al caerse la tostada siempre lo hará por el lado de la mantequilla. Los primeros inconvenientes han surgido nada más aterrizar. El coche de la ONG que me tiene que llevar a la provincia de Choluteca (donde espero comenzar mi reportaje), está en el taller. Así pues: dos días de descanso (que no vienen mal), rascada de faba y a conocer la capital Hondureña. Ciudad que podría optar al premio a cagadero urbano del año, junto con Prishtina Ramallah, San José de Oruro y, por qué no, Albacete.

Por lo demás, el día de ayer fue tranquilo. Y tras charlar de lo divino y lo humano en casa de Rubén y Eva, dos expatriados de la organización en cuestión, me llevo a la cama esta vista de Tegucigalpa y un pequeño mareo.

¡Viva la cerveza “Imperial” y la buena gente!

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